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Es difícil hablar de Beasts of the Southern Wild sin hacer que suene a primitivismo o a realismo mágico. ¿Cómo la describirías?
Yo la veo como una leyenda [folk tale]: algo que no se ve con frecuencia en el cine y que es difícil ubicar dentro de un género cinematográfico. Un relato en la tradición de las historias que se cuentan alrededor de las fogatas, narrado como lo haría una niña de seis años. Cuando los niños cuentan un cuento, no dicen cosas como “Había una vez…”: ellos hacen conexiones entre acontecimientos que no siguen la lógica de los adultos.
Escribiste la historia con Lucy Alibar, una amiga de la infancia. ¿De quién surgió la idea?
Yo quería contar una historia acerca de las personas que se niegan a dejar sus casas cuando hay una catástrofe. Conozco mucha gente en Nueva Orleans que no quiso evacuar la ciudad durante los huracanes Katrina, Gustav, Betsy y todas las tormentas que han llegado a Luisiana. En Estados Unidos hay una tendencia a burlarse de esas personas. Se dice que “esa gente no sabe lo que le conviene”, y todo tipo de comentarios condescendientes. Mi idea era ayudar a otros a entender sus razones y aplaudir su forma de pensar. Luego leí una obra de teatro escrita por Lucy sobre una niña pequeña cuyo padre se está muriendo: me pareció que había muchas semejanzas entre su situación y la de una comunidad que está perdiendo su tierra. A la gente de Luisiana suele preguntársele por qué no se mudaba a otro lugar. Ellos contestan “¿De qué estás hablando?” Pensé que sería lo mismo si alguien le preguntara a un niño: “¿Por qué no te buscas un papá distinto?” A quién se le ocurriría.
Leí que mientras trabajabas en el guión sufriste un accidente y estuviste internado en un hospital de Nueva York. Has dicho que la nostalgia que sentiste de Nueva Orleans le dio un matiz más a la historia. Pienso en las escenas donde los personajes son llevados a un refugio. Uno experimenta junto con ellos la sensación de no pertenecer ahí.
En un hospital vives la paradoja de que alguien te cuide sin que necesaria- mente le importes. Fue una experiencia horrible que se conectaba con uno de los temas en la obra de Lucy: la noción de que hay una forma correcta de cuidar a alguien, que tiene que ver con cómo lo alimentas, lo tocas y lo respetas. Los personajes de la película dejan sus hogares obligados por otros que creen saber cómo ayudarlos, pero que en el fondo no los respetan.
Choca ver a Hushpuppy, la protagonista, vestida y peinada como niña de ciudad. Para entonces ya entendemos su forma de vida y sentimos la imposición como algo violento.
Lograr eso fue un reto. Filmamos varias escenas que al final desechamos. Editamos la película en Nueva York e hicimos proyecciones de prueba con gente de esa zona. Cuando decían “¡Qué gusto me dio cuando Hushpuppy llegó a un lugar seguro!”, sabíamos que la edición no estaba funcionando.
Tu actriz, Quvenzhané Wallis, es la nominada más joven en la historia de los Óscares. Después de ver a cuatro mil niñas, ¿cómo supiste que ella debía interpretar a Hushpuppy?
Fue clarísimo. Su capacidad de concentración es impresionante. La mayoría de los niños actúan solo mientras dicen los diálogos; en cuanto terminan de hablar regresan a su estado de ánimo. Quvenzhané permanecía inmersa en la emoción. En una de las audiciones yo fingí ser un ladrón que quería robarle su dinero. Ella actuaba temerosa de mí, y yo le decía “Acabas de pisar un clavo” para distraerla. Empezaba a cojear, pero nunca se salía de su personaje. Podías verle en los ojos que estaba viviendo el momento y habitando ese mundo.
La visión de la infancia que da la película no es la de alguien que se crió como los demás. ¿Cómo fue tu educación?
Mis padres son folcloristas, por lo que mi infancia estuvo repleta de relatos. A mí y a mi hermana nos hacían conocer todo tipo de gente: un día convivíamos con un coro de gospel, al otro íbamos a la ópera china y el siguiente a ver el show de freaks de Coney Island. Más que llevarnos a museos de alta cultura querían que conociéramos el arte de las comunidades. Cuando íbamos en la calle nos decían: “Escucha a la persona que está vendiendo camisetas. La forma en que habla es muy interesante.”
¿En qué consiste ser folclorista?
Se trata de tener iniciativas culturales relacionadas con la preservación. Mi familia es parte de una comunidad asentada en Nueva York que visita escuelas para enseñarles a los niños manifestaciones artísticas de distintas culturas. Por ejemplo, llevan a un tejedor de canastas recién emigrado a Estados Unidos para que los niños de su misma procedencia aprendan esa tradición.
¿Hay algo de ti en Hushpuppy?
Sí, y también de mi hermana Eliza. Crecimos en Queens, y junto con otros niños inventábamos un mundo imaginario situado en los pequeños callejones entre las casas. Mis padres hicieron un libro sobre los juegos que los niños inventan: supongo que sacaban ideas de observarnos a mi hermana y a mí. No nos dejaban ver televisión; querían que nos divirtiéramos fuera. Aun así, yo soy más urbano que ella. Vivimos juntos, pero ella tiene unos quince animales que le encanta cuidar. Mi mamá también está muy conectada con ese tipo de vida; ella construyó y vivió en la casa del personaje de Wink [el padre]. Algunos de los animales que aparecen en la película son de la familia.
¿Es cierto que tu hermana concibió el aspecto visual de la película?
El diseñador de arte fue Alex DiGerlando. Mi hermana diseñó escenarios y otros elementos que luego le enseñaba al departamento de producción para que ellos los construyeran. Es algo que también se aborda en la película: cómo la gente construye cosas a partir de lo que encuentra, sin necesidad de tecnología. En buena medida, Eliza imaginó el mundo en el que vive Hushpuppy.
Wink es un alcohólico que abandona a su hija días enteros y que, en un ataque de ira, le da una bofetada tremenda. Sin embargo, conforme avanza la historia, nos queda claro que ha criado una hija extraordinaria. ¿Querías cuestionar lo que hoy se entiende por “padre modelo”?
Sí, totalmente. Creo que la forma moderna de educar a los niños se basa en infundirles miedo y la idea de mi película es celebrar la osadía. Wink quiere criar a una niña fuerte que sepa lo necesario para sobrevivir en el mundo.
Me gusta que Wink la llame “jefa” [lady boss] y que, cuando la ve temerosa, le diga que ella “es el hombre”. Supongo que esto último irritará a algunas feministas.
Odio la forma en que las mujeres son representadas en el cine: unidimensionales y débiles aun cuando se supone que son “mujeres fuertes”. Lucy y yo dedicamos mucho tiempo a pensar qué elementos harían de esta niña una heroína y decidimos que su educación tendría que integrar dos partes. Por un lado, esa fuerza masculina que obtiene de su papá; por otra, la forma en que imagina a su madre: como una mujer capaz de dispararle a un cocodrilo pero que igual es amorosa y sabe cuidar a alguien. A lo largo de la película, la niña y el padre intercambian roles. En la primera mitad él se encarga de ella; y en la segunda, al revés. Solo así puede dejarlo ir.
La película sugiere que hay formas de vivir fuera de la norma: si le funcionan a la comunidad, no importa que sean “caóticas”. En estos días de crisis social, ¿crees que esa fue una de las razones por las que tuvo tanta resonancia?
Es cierto que muestra un grado de libertad que la mayoría de la gente no puede experimentar. Era un tipo de libertad que yo estaba buscando y que encontré en el sur de Luisiana: viene de vivir sin miedo y de desprender- se de la comodidad. La gente de Nueva Orleans sabe que las posesiones pueden desaparecer así [truena los dedos]: llega una tormenta y te quedas sin casa. Ser consciente de ello te permite concentrarte en cosas que trascienden las catástrofes: tu familia, tu cultura, la tierra. Es lo único que realmente posees.
Después de la proyección mucha gente se te acercaba para hablarte de sus reacciones. Por lo que te dicen, ¿qué fibra sensible crees que toca la historia?
Creo que habla de cosas elementales pero universales. Lo sé de mí, y de cuando dirigí la escena donde se dice que “todos los papás se mueren”. Viene de la historia de Lucy y cuando lo leí me pareció devastador. Queríamos hablar de la experiencia de pérdida, y de cómo le hace uno para emerger del duelo intacto y con una sensación de triunfo. Otra vez, se relaciona con la cultura específica de Nueva Orleans. La gente de ese lugar tiene la habilidad para derrotar a la muerte: ha pasado por tanto que ya desarrolló una tenacidad que conquista el miedo. Quizá eso es lo que siente el público: una mezcla de querer llorar, reír y celebrar al mismo tiempo.
Hoy en día se espera de las personas que superen rápido sus pérdidas. Se les dice que se distraigan, que pronto “van a estar bien”. La película va en dirección contraria; quizá eso lleva a algunos a revivir –y a cerrar– duelos que dejaron inconclusos.
Sí, creo que es eso. Mucha gente me ha hablado de lo catártico que es ver en pantalla cómo sobrevivir al dolor sin evadirlo o sentir vergüenza. De eso trata el último acto: Hushpuppy empieza a huir porque no puede soportar su pérdida, pero consigue la fuerza para confrontarla y dejar que su padre parta con gracia. Es el regalo de ella hacia él. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.